Está situado en el barrio de Perinés, uno de los más céntricos de Santander. El sitio es bastante grande, pero esta vez estaba medio vacio, desangelado sería el adjetivo para describirlo. Ha pasado mejores épocas este mesón, luego descubrimos el por qué.
La carta no es demasiado amplia pero tiene suficientes cosas para elegir. Nosotros pedimos una clásica tabla de tierra y mar para dos personas. Pueden ser hasta para cuatro personas. El sitio estaba tan vacío que casi se hacia incómodo hablar. En fin, no era un ambiente muy animado para comer y charlar mientras disfrutas de la comida.
Cuando nos sirvieron la tabla, de un tamaño aceptable, fue cuando entendimos el por qué ya no va tanta gente. Todo excepto unas lonchas de lomo, era frito y de una calidad no demasiado alta. Lo cierto es que con esta ración no te quedas con hambre, pero tampoco es como para tirar cohetes. Los langostinos estaban demasiado fritos, las rabas eran de las congeladas, los chipirones muy normalitos, menos mal que sirvieron un poco de ali oli, para poder disimularlos.
En el plato también había una chuletillas y unos filetes de cerdo. Los filetes estaban extremadamente churruscados para poder saborear algo, Todo esto acompañado de unos pimientos del padrón, dos pimientos de piquillo y, lo más rico, unos champiñones salteados con ajo y aceite.
Como colofón de postre pedimos una tarta de queso, que no estaba especialmente buena y que dejamos la mitad.
Y un coco helado pues no nos apetecían más especialidades de la casa. Este postre es de una conocida marca de helados, asi que como comprendereis estuvo bueno.
Todo esto con dos cañas y un vaso de vino por 57 euros. La conclusión evidente es que hay muchos locales bastante mejores de este tipo de comida y que el cambio de dueño ha sido perjudicial para este mesón tan conocido.
Mapa
No hay comentarios:
Publicar un comentario