Una de las mayores alegrías culinarias que me he dado últimamente fuera de casa ha sido visitar el
Parador de Ciudad Rodrigo.
En medio de un interminable viaje de Madrid a Cáceres y subida a Santander, y tras atravesar la Sierra de Gata (una carretera muy recomendable por el paisaje, qué pena haber tenido más tiempo y una harley), le propuse a Marga parar a comer en cuanto llegásemos a la autovía de la plata. Coincidió que en ese punto estaba Ciudad Rodrigo.
Para mí Ciudad Rodrigo es una de esas ciudades que te suenan, e incluso al verla creí recordar haber estado de pequeño. Pero desde luego
no contaba con que fuera tan bonita.
Aparcamos a las afueras de las murallas y decidimos que para celebrar haber descubierto Ciudad Rodrigo
nos merecíamos yantar en su parador.
Dicho y hecho. Entramos en el castillo
vigilando que ninguna de las armaduras cobrase vida y nos aposentamos en nuestra mesa.
Decidimos hacer uso del "
menú parador", que nos permitía escoger entre muchos platos de la carta. Como curiosidad, os diré que en la carta había
una señal que indicaba cuándo un plato no requería mucho tiempo de preparación, para aquellos que pudieran tener prisa en comer (como podría haber sido nuestro caso, pero ya habíamos decidido disfrutar sin prisa de la visita).
Como los camareros nos veían indecisos y hambrientos, tuvieron a bien proporcionarnos algo de sustento, en prueba de buena fe y
hospitalidad.
Pedimos de primero una
ensalada de queso, higos y naranjas que tenía esta pinta:
Y estaba tan rica como parece.
También decidimos probar el
calabacín relleno de carne y queso. Hay testimonio gráfico:
Como podéis ver la presentación de los platos estaba a la altura de su sabor.
Como segundo plato yo opté por un recurrente
entrecot de añojo que fue todo un acierto. Marga por su parte decidió ser consecuente con su cultura
locavora y pidió un
redondo de rabo que, bromas y chanzas aparte, debe ser típico salmantino.
Como la documentación gráfica de estas
viandas la custodia Marga, no he podido acompañarla. En su lugar, os pongo una
araña que he encontrado.
(Cuando Marga ponga las fotos me devolvéis la araña y ya está).
Llegamos al punto final de la comida, que fue el
helado de queso (de la hostia... ;p)
:
y
la tarta de queso.
Hay gente que mide la economía en función del precio del big mac. Yo creo que se puede medir positivamente la calidad de un restaurante en función de lo buena que esté la tarta de queso. Y esta tarta de queso estaba trrrrreeemmendaaa!!!
Como epílogo del convite significaremos el importe de la cuenta:
42€ por persona (menú30€+bebida - copa de vino Castroviejo- y postre), y
la atención de los camareros. Cuando un sitio no está muy lleno (en un día laboral en el restaurante habría 4 mesas), fueron capaces de hacerte sentir muy bien atendido sin que pareciese que estuviesen robando tu intimidad.
En resumen, un sitio que merece cinco gonzalines de calificación.